El arzobispo de Buenos Aires, de 77 años, es el primer latinoamericano que se convierte en Sumo Pontífice
ABC.es.- La mayor multitud jamás reunida en la
plaza de San Pedro para saludar a un nuevo Papa recibió con un aplauso
atronador el anuncio de la elección del cardenal arzobispo de Buenos
Aires, Jorge Mario Bergoglio como Francisco I.
La primera reacción de la plaza fue un «¡Noooo!”, pero poco después comenzaron los gritos de “¡Francesco! ¡Francesco!».
Como su estatura no es muy alta, le pusieron una peana
cuando se asomó al balcón, con un aspecto serio que recordaba a Pio XII
pero más sonriente. Su primer saludo fue: «Fratelli e sorelle, buona
sera!». A continuación, también en italiano, comentó con sencillez que
la ciudad tenía un nuevo obispo: «Mis hermanos cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo. Os agradezco la acogida».
A continuación vino la primera sorpresa: «Antes de nada querría hacer una oración por nuestro obispo emérito, Benedicto XVI, Recemos juntos por él, para que el Señor lo bendiga y la Virgen lo custodie. Padre Nuestro…». Era una continuidad visible.
El Papa
Francisco I explicó que «comenzamos un camino de fraternidad, de amor,
de confianza. Recemos para que haya una gran fraternidad en todo el
mundo», y especialmente «en esta bella ciudad».
Enseguida llegó la segunda sorpresa: «Antes de dar la
bendición os pido un favor, que pidáis al Señor la bendición para su
obispo. Hagamos en silencio esta oración vuestra por mí». Inclinado
humildemente, el Papa Francisco I espero un momento. Luego le colocaron
la estola y comenzó su primera bendición «Urbi et Orbi».
Es el primer Papa americano al cabo de quinientos años
desde la evangelización del Nuevo Mundo. No figuraba en las «quinielas»
de «papables», pero sí estaba en el corazón de los electores.
Se despidió anunciando que al día siguiente iría a rezar a
la Virgen y con un sencillo: «Buenas noches y buen descanso». Era ya una
presencia familiar. Un Papa sencillo, un Papa «de casa».
El jesuita argentino de 76 años fue elegido al quinto
escrutinio, y es el Papa número 266, incluyendo como primero a Pedro de
Betsaida. Recibió una mayoría de dos tercios de votos de 115 cardenales
electores, de 48 nacionalidades, reunidos durante dos días en la Capilla
Sixtina. Había sido el más votado en el Cónclave de abril del 2005 después de Joseph Ratzinger.
La espera, desde la fumata blanca hasta el anuncio del
nombre, fue un poco más larga que en ocasiones anteriores, pero por fin,
a las 20.12, el cardenal protodiácono, Jean-Louis Tauran,
enfermo de Parkinson, apareció en el balcón para anunciar: «Habemus
Papam!». La fumata blanca se había asomado con fuerza a las 19.06
-acompañada enseguida del repique de todas las campanas-, al cabo de una
jornada de lluvia que no fue capaz de frenar el entusiasmo de los
fieles, que en ese momento llenaban ya la plaza de San Pedro. El
entusiasmo y el tremolar de banderas fueron simultáneos y eléctricos.
«¡Viva el Papa!»
Fue una alegría incontenible, con gritos de «¡Viva el
Papa!» en todos los idiomas, antes de conocer su nombre. En la plaza
había una presencia masiva de jóvenes, y a medida que iban llegando los
romanos descubrían que tenían que quedarse en Via della Conciliazione,
pues la plaza estaba ya abarrotada.
Durante horas, el público había estado observando la gaviota
de turno posada sobre la chimenea. Cada vez que el pájaro se iba era
una falsa alarma de fumata. Uno o dos minutos después, otra gaviota
tomaba esa posición, como si les gustase la luz de los reflectores y el
momento de fama.
Veinticinco minutos después de la fumata blanca,
la banda de la música de la Gendarmería vaticana irrumpía también en la
plaza al son de una de sus marchas, seguida de la Guardia Suiza, que
formaba un piquete de honor para recibir al nuevo Papa. Unos minutos
después llegaba la banda de los Carabinieri con una tonadilla alegre y
pegadiza. Detrás de ellos, la Marina Italiana, la Aviación, el alcalde
de Roma, Gianni Alemanno. ¡Era la mayor fiesta del año para la ciudad de
Roma y para el mundo!
El entusiasmo era indescriptible en la plaza y esta vez era
mundial, pues la fumata había sido seguida por televisión en directo e
Internet en todo el planeta. En cuanto se vio claro que era blanca, se
desencadenó una oleada de tuits: del Pontificio Consejo de
Comunicaciones Sociales y de diócesis de todo el planeta. La fiesta era,
enseguida, mundial. Era la alegría de la «Ciudad y el mundo», que el
Papa iba a bendecir «Urbi et Orbi» desde el balcón de la basílica de San
Pedro.
Era otro día de gran fiesta para el Pescador de Galilea. Y, en Castel Gandolfo, de gran satisfacción para Benedicto XVI.
Es la décima vez, en la historia de la Iglesia, que hay un relevo en
vida del Papa anterior. La transición ha sido perfecta. Como quería Benedicto XVI, el timón de la nave ha pasado a manos más jóvenes y más fuertes.
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